lunes, 14 de octubre de 2013

FINAL ABIERTO

Mariana era contorsionista. Por las mañanas, según lo que hubiera soñado, podía estirarse hasta que se le salían los pies de la cama y las manos tocaban el techo. Había practicado durante años y ahora, era capaz de crecer unos 34 cm sobre su tamaño natural en un solo estiramiento. Y de un día para otro. Decía que su meta era pasar de 0 a 100 en un segundo y siempre que podía, practicaba el crecimiento. Cuando lo conseguía, podía pasar días enteros así de grande, pero luego iba decreciendo hasta que, pasados los días, volvía a su tamaño natural.
Ser grande le servía para muchas cosas: podía mirar la realidad desde arriba, con una perspectiva más amplia; podía llegar al tarro de las galletas que su madre le escondía en la última estantería; podía bailar haciendo más movimientos y sus carcajadas tenían el poder de la resonancia.

Un día que había soñado bonito, caminaba grande por la calle y se encontró una pequeña caja antigua. Estaba allí en una esquina en la acera, sin que nadie reparara en ella. La recogió y la llevó a su casa. Era preciosa. La colocó en su lugar favorito de la habitación y la miró pensando en qué podría meter dentro de ella. Pasaban los días y ningún objeto le parecía suficientemente bueno como para meterlo en la caja, así que una mañana que soñó feo, tomó la caja en sus manos y decidió que aprendería a reducirse sobre su propio tamaño hasta ser capaz de meterse ella misma dentro de la caja. Al principio era una tarea que le motivaba. Empezó a practicar cerrando muy fuerte los ojos y conviviendo con hormigas. Más tarde se dio cuenta de que pensando cosas grises podía reducir más tamaño en menos tiempo. Luego aprendió a pensar siempre en los demás antes que en ella misma, luego que sonriendo poco era capaz de reducirse casi hasta la mitad en media hora…Se convirtió en un vicio, pero no le preocupaba. Pensaba que hacerse grande era como montar en bici, que nunca se olvidaba.

Después de meses de entrenamiento, se sintió preparada. Se sentó al borde de la cama, abrió la caja, y cerró los ojos fuerte.


ANITA KURUBA