Cesa tu voz y muere sobre tus labios mi alegría. No habrá palabra que en tu piel levante ni un incierto sabor de brisa oscurecida como el recuerdo que en mis ojos deja el paso de tu aliento, porque vives inmersa en tu silencio, impenetrable a mis sentidos y si mis manos en tu piel se posan inclinas la cabeza, navegas en un tiempo que escucha tu latido, y entre sus aguas, inundándote bajo la tersa forma de su espejo, estás abandonada, próxima a ser violenta permanencia, enemiga de olvidos, casi perdida en íntima zozobra y sin más voluntad que la crueldad entre tus labios muda. Torna tu cuerpo ahora, vuelve el rostro, mírate así, segura y desplomada hacia un estanque donde mora el miedo, donde sólo hay imágenes y el cuerpo deja su cautivo duelo para entrar en la fuente de su origen. Verás nacer el sueño de tu cuerpo anegando en pureza toda vida, todo impulso negado en puro movimiento y toda forma sostenida en puro resplandor: ya no será la flor sino su aroma, ya no serás tú misma. No importa entonces que de pronto mueras y pierdas toda sombra quedándote en escombros defendida, si toda tú pereces, náufraga de tu propio mar, presa dentro de ti, vencida como ángel que asolado por el fuego lanzara su impotencia, y sólo un desengaño entre rocas de olvido y de tinieblas dejan tus labios mudos y la pureza inútil de tu cuerpo. Muere, desnuda forma, hielo que mata mi alegría, crueldad vertida en mármol fatigado; muere ya, y deja que contemple la lucha de tu cuerpo con la sombra, el debatir inútil de tus labios contra el vacío olvido de tus ruinas, que en ataúd o tumbas duermes entre un querer o no de tus sentidos. ALI CHUMACERO |
miércoles, 6 de julio de 2011
A una estatua
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